Cinco mil años no es nada Fuera de Blog Por Ramiro Fernández Las redes sociales y la posibilidad de las comunicaciones móviles no son un invento reciente. No son ni siquiera un invento medianamente reciente. O mejor dicho: son un invento antiguo. Unos 2.000 años de antigüedad, (saquen o ponga un siglo más o menos) Pocas organizaciones fueron tan eficientes como el Imperio Romano. Enorme, con una extensión que ocupaba todo el mundo conocido de ese entonces, la única forma de enterarse de qué ocurría era a través de cartas y mensajes. Los ciudadanos que podían pagarlo, tenían esclavos llamados “tabellarii”. Los “tabellarii” tenían como función llevar de un lugar a otro las “tabula cerata”. Estas eran una tablillas rectangulares donde se escribía un mensaje en la cara encerada. Al recibirlo, el destinatario borraba con una mano el mensaje original, escribía la respuesta y el pobre tabellarii iba corriendo a llevarla de vuelta a su amo. De alguna manera, cuantos más tabellarrii se tuvieran, mejor “ancho de banda”, porque más mensajes podían ser enviados y recibidos. ¿Suena conocido el sistema? Mensajes cortos, instantáneos (o el concepto de instantáneo del imperio romano) y escritos en un plataforma rectangular, no más grande que un cuaderno. ¡Habemus iPad et Whatsapp! Y si vamos un poco más atrás, tenemos las “ostracas”, pedacitos de arcillas rotas en donde se dejaban o enviaban pequeños mensajes que –por el tamaño mismo del pedazo de arcilla rota- no podía ser muy largo. De hecho, como de 140 caracteres. Era con estas “ostracas” que se hacían las votaciones en Atenas cuando se debatía si alguien debía ser condenado al exilio por diez años. Todo el mundo escribía el nombre de la persona juzgada y si se alcanzaba la mayoría simple, era expulsado de la polis. De ahí que, quién era condenado por lo que decían las “ostracas”, era condenado al “ostracismo”. Y si nos acercamos un poco más en el tiempo, San Pablo era el maestro del Re-Tweet. Cuando escribía sus “Epístolas”, lo que buscaba era que sus cartas fueran no solo recibidas por los destinatarios, sino que fueran a su vez copiadas y enviadas a otros grupos a los que los destinatarios consideraran que podía interesarles el contenido. Y no hablemos de escribir en nuestro muro. Antes del muro de Facebook existía, por ejemplo, el muro de Pompeya. Y en ese muro, la gente escribía lo que sentía y pensaba. Y eran cosas tan importante como las de la actualidad. Algunos ejemplos reales: “Gané a los dados 8.522 denarii en Nuceria– buen juego”, “El 19 de abril, hice pan”, “El hombre con el que estoy cenando es un bárbaro” o “Atimetus me dejó embarazada”. No sabemos si Atimetus se hizo cargo de su hijo o no (admito que me dio curiosidad retroactiva de unos dos mil años) pero lo que si queda claro es que la necesidad de comunicarse es inherente al ser humano. Casi podríamos hablar de un “cerebro social”. De hecho hay una relación entre el tamaño del neo-cortex y los tamaños de los grupos de diferentes simios (por cierto, según esta relación el número máximo de personas con las que efectivamente podemos manejar una relación es de ciento cuarenta y ocho, ciento cincuenta para redondear). Está claro que somos seres sociales y siempre hemos hecho uso de herramientas que tienen que ver con la posibilidad de comunicarnos más eficientemente, más rápidamente y más claramente. De hecho, existen dos clases de medios sociales: los que circulan horizontalmente (Twitter, Facebook) y los que circulan verticalmente (usted mismo leyendo esta columna que escribió una sola persona, pero que puede ser –ojalá- leída por muchas). Y si bien estamos muy acostumbrados a la segunda manera de transmisión de la información (la línea de tiempo imprenta-diario-radio-televisión) no podemos dejar de pensar que –en la escala de la historia- las estructuras verticales son una anomalía, una curiosidad que –sociólogos del siglo XXXVII- podrán llamar “el corto período en el cual muy pocos hablaban y una gran mayoría escuchaba silenciosamente”. Esto nos lleva a tratar de entender este cambio dentro de la empresa. ¿Debo permitir que todo el mundo use Twitter? ¿Qué hago con mi marca? ¿Cómo es la estrategia que debo llevar adelante en Facebook? ¿Y Pinterest? ¿Debo permitir el uso de redes sociales a mis empleados en horario de trabajo? ¿Debo promoverlo? ¿Y si el social networking se termina transformando en social NOTworking? Mobilidad y redes sociales, mensajeros y mensajes: tenemos entender que todo ha cambiado para que nada cambie. Y que este viejo nuevo escenario nos plantea desafíos impensables hace pocos años. ¿Qué valor aporta el acceso a la información en el proceso de innovación de mi marca? ¿Qué oportunidad de mejora conlleva el ida y vuelta con el consumidor?