Por: Ramiro Fernández
Lo vi con la llegada de Marty Mcfly y me temo que ahora lo voy a ver con el estreno de la nueva película de StarWars: todos son nerds. Todos son geeks. Mienten, desde sus pantalones entallados, sus barbas de UnaBomber con sentido estético y sus anteojos sin aumento. Mienten todos, desde el primero hasta el último. Se los voy a explicar.
Ser un nerd no es algo que sea fácil. En algún momento, la nerditud era algo que se cosechaba, se construía a través de los tiempos, compilando datos que para la mayoría de los mortales era inaccesibles. Pero no porque el nerd tuviera superpoderes, sino que para el resto de la gente, esos datos eran inalcanzables porque preferían ir a bailar, ser buenos en deportes, ser bellos y apolíneos (también podrían ser Afroditas, pero es un poco menos común) y en general, divertirse mucho y conformar el promedio de lo que se supone que un niño o un adolescente debe ser.
Es así que, el verdadero nerd, puede explicarte sin mayores vueltas cuál es tecnología que le permitió a Rudy Wells crear a Steve Austin o pueda responder qué es Industrial Automaton. De memoria. Y ahí está la clave.
Mientras la gente bella de este mundo iba a vivir sus vidas, los nerds nos quedábamos discutiendo detalles de nuestros mundos imaginados que, por lo general, nos parecían mucho más interesantes que el mundo real. En definitiva, la nerditud es algo que se forja en el fuego de ser el que no baila en la fiesta, en las llamas de ser el gordito que siempre va a arco, alimentado con el fuelle de saber que algo, invisible pero infranqueable, nos dividía de las otras personas. Y estaba casi bien así.
No puedo… no, mejor aún: no voy a aceptar que, con un celular a mano, ahora todos ustedes sean fanáticos de la ciencia ficción solo porque tiene una remera de Back to the future.
Llegar a ser nerds nos costó mucho. Fueran infinitas horas de soledad, de no tener novia y de ser víctima de cargadas eternas. Es un lugar que conquistamos aguantando mucho sufrimiento. ¿Y usted, señor hipster, me quiere hacer creer que con sus pantalones apretados, barba tupida, pelo engominado y anteojos sobredimensionados de bambú… que usted es un geek? ¿Un nerd?
No señor: usted es un impostor. Un falso profeta que se sube a esta moda como se subió al pelo corto, a los piercings o a las barbas de leñador. Llegará el día en que decir “soy nerd” va a dejar de ser un blasón de inteligencia. Donde volverá a ser lo que siempre fue: una forma de separar a ellos de nosotros. Y usted, señor hipster, nos negará. Y dirá que no le interesa -y que nunca le interesó- la diferencia entre un Gorn y un Horta (y quién podría ganar si pelearan entre ellos). ¿Pero sabe qué? A nosotros nos va a seguir interesando. Y lo vamos a debatir. Con argumentos leídos en mil horas de libros, de revistas, en sitios remotos que otros nerds compilaron, en los rincones oscuros de nuestra memoria colectiva, construída ladrillo a ladrillo con tiempo y paciencia.
Y comeremos pizza y nos reiremos. Y seremos como una comunidad del anillo chiquita. Y usted, señor hipster, ya no será siquiera hipster: habrá asumido la siguiente forma en su eterna evolución hacia lo que todos hacen. Y con suerte, nos habrá devuelto lo que ahora nos ha robado.
En última instancia, seguirá sin saber quién ganaría la batalla entre el Gorn y un Horta.
Nostros sí: gana el Horta. ¿No entiende el por qué?
Es que somos geeks y nerds.
Usted no.
No mienta más.